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Julia Cristina Ortiz Lugo

El secreto de la carne

Actualizado: 1 feb 2022

Vivimos en el campo, bueno, en un semi campo porque campos, campos… perdidos, lejanos, ocultos y difíciles de llegar en Puerto Rico solo va quedando la Montaña. En estos días navideños, como todo el mundo, sufrimos los petardos, las cherry bombs. Empezaron desde Acción de Gracias. Una noche cualquiera, por cierto, cercana a los tiroteos que acapararon las noticias de San Juan, nos quedamos petrificados en nuestra cama, con lo que nos pareció una “ráfaga” de tiros. Obviamente no salimos para mirar y nos acostamos a dormir.


Siempre vemos, lo que creíamos que eran guaraguaos, surcando el cielo alrededor de

nuestra casa. Son parte del paisaje, lejano, allá en el cielo, a veces vuelan más bajito, pero jamás los habíamos visto de cerca. Vivimos un cuento de terror cuando esa mañana empezamos a ver esos animales cerca, cerca de la casa.

Viéndolos tan de cerca nos percatamos de que esos animales que vuelan por nuestro “espacio aéreo” no son guaraguaos, son buitres, puertorriqueños, no de los de Wall Street que nos circulan. ¡Había 4! Y por primera vez en 21 años que vivimos aquí, nos hicieron la visita los 4. Aterrizaron 3 en nuestra verja, gracias a Dios de espaldas a la casa. Uno inspeccionaba el área, volando en círculos y creo que los otros esperaban ansiosos el informe. Con la noche que habíamos pasado, la ignorancia en cuanto a asuntos de rapacidad animal (el expertise nuestro, como el de los demás puertorriqueños es en la rapacidad humana de quienes nos gobiernan) y las muchas películas de asesinatos de Hollywood, empezamos a temer que hubiera un cuerpo en lo que fue el cañaveral vecino. La loquera fue grande, porque ahí pacen plácidamente vacas a diario. Visto fríamente podía ser una vaca o un buey.


Estuvimos largo rato mirando sus maniobras, según vinieron y se colocaron en la verja, así mismo se fueron. Luego de una espera prudente nos asomamos al solar y no pudimos ver jamás nada, todo seguía siendo la misma tierra plácida, con arbustos aquí y allá, ni siquiera sombra de un ratón muerto, o de una tierra revolcada. Después de todo, el vecindario completo estaba de acuerdo en que no eran tiros sino pirotecnia. Quedé con la impresión de que esos buitres llegaron muy tarde. Compay Araña* sabía el secreto, llegó antes, cantó su canción y se lo llevó todo.


*Aludo a un cuento de la tradición oral afropuertorriqueña y afroamericana en que Araña logra el secreto de la carne que le comparte su compadre. Compay Araña es la encarnación puertorriqueña de Anansi, el personaje africano, dueño de todos los cuentos folclóricos ashantis.



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