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El semidiós

Nos construimos una misma casa dos veces. La primera vez, desde cero; la segunda desde adentro. El tío Saso nos la convirtió en el hogar que es hoy. Saso es un handyman, pero no la versión degradada del concepto que es hoy, sino como dice El Gran Combo: la receta original.


Hoy día están los que se anuncian y conocen como handyman: cortan grama, podan patios y pintan. Y… está Saso. Su trabajo formal fue la mecánica. Pero, además, Saso sabe de electricidad, de plomería, de albañilería, de pintura- por supuesto- de ebanistería, de construcción en madera, bricolaje es una linda palabra que define su arte. Y hoy día, cuando ya la edad no le permite hacer esos trabajos, se dedica a la confección de carritos artesanales, de mesas y sillitas y de Reyes Magos. Eso es lo que antes se llamaba un handyman. Me entristecen la degradación del saber, del arte de la reparación, del diseño y la construcción, en una palabra, del talento natural. No es que no crea que, para cortar grama, pasar un trimmer y usar un machete o una brocha no haya que tener talento y resolución, claro. Yo no sé hacer eso y no podría hacerlo, pero tal palabra se le adjudicaba a una persona que verdaderamente podía hacer de todo y todo lo hacía bien.


Como tantos otros oficios que hemos perdido en Puerto Rico, conseguir una persona así hoy día es poco menos que imposible. Yo lo tuve accesible en mi familia por lo menos 38 de los casi 41 años que llevo casada. Por eso mi casa es obra de Saso, por eso digo que la construimos dos veces. Saso nos la convirtió en un hogar con sello propio.


Talento manual no tengo ninguno. En las clases de manualidades de las monjas en mi escuela elemental e intermedia, intentaron enseñarme a bordar, a tejer, a calar y mis telas siempre quedaban fruncidas y sucias de tanto tratar de estirarlas para que las obras quedaran como debían quedar: sueltas. Nunca aprendí a dibujar o a tocar un instrumento. Pero lo que me sobra es imaginación para soñar y encargar a quien sí pueda hacerlo. Saso y yo éramos una pareja ejemplar. Yo le pedía esto y esto y aquello con la fe ciega de que Saso JAMÁS me diría que no, que no podía o que no sabía. Es lo más cercano a la fe ciega de una creyente. Por eso y por sus obras terminadas, mi nuera lo bautizó el semidiós. NUNCA mejor dicho.


Saso empezó en nuestra primera casa (no la que construimos) haciendo reparaciones, resolviéndonos todos los más estúpidos problemas de dos profesores que literalmente no pueden poner ni un clavo: arreglando una pluma que goteaba, yendo al lugar de la acción cuando un carro se nos quedaba, hasta montándonos cuadros en las paredes, etc.


Pero la cosa empezó en Cabo Rojo. Una vez construida la casa, empecé a soñar. No recuerdo el orden, pero Saso y yo empezamos a “producir” : azulejos en los marcos de las ventanas del comedor, reparación de móviles de palomas de madera barata que no soportaron bien el viaje de Cuernavaca a Cabo Rojo, desde cero un banco de cemento con azulejos y pájaro de cerámica, o un bbq de losas con gallinitas, o un librero que no me ocupe espacio de las paredes, o sea aprovechando el dintel de la puerta, o una mesa rústica para la compu de nuestra biblioteca, o todos los libreros de la biblioteca, o convertir una rama encontrada en la playa en el lugar donde posar una paloma catalana.

Saso fue tío de mi esposo en su niñez y juventud, pero de adultos es mi tío. En momentos en que la Universidad se puso insufrible, me imaginaba montando un negocio de sueños con Saso, yo inven tando para la gente y Saso diciendo que sí a todo y haciéndolo tres veces mejor que como yo lo había imaginado. Es más mi tío que el de mi esposo porque juntos hemos caminado el sendero de la imagi nación y la creación. Es más mi tío porque le dio vida a todas las pequeñas cosas que adornan nuestra casa, no es solo que son bonitas, sino que contienen el cariño y el talento de una persona a la que quiero mucho. Una persona que admiro, cuyo talento me provoca respeto y unción y cuya imagen en mi pensa miento me hace sonreír con el afecto grande que crece entre las personas cuyas vidas se cruzan de diversas maneras.


Saso (Abraham Rivera) es un artista multifacético, su talento es multiforme y su aportación a mi vida y a la de otrxs no tiene valor cuantificable. Saso salió de una escuela vocacional puertorriqueña. En la sociedad tan necia en la que desafortunadamente nos movemos importan más los títulos de universidades famosas de EU que los talentos y oficios que vamos perdiendo preci samente por esa mentalidad. Portadores de títulos que no nos han hecho más felices, sino que, en el caso de nuestra clase dirigente solo han servido para continuar con las castas que nos han destruido el país. Nunca olvidaré la absurda coletilla con que nos presentaban a Bhatia como “la persona mejor educada de nuestro país.” Como si eso se pudiera cuan tificar y evidenciar.



Soy de las afortunadas que ha recibido el privilegio de disfrutar de los oficios ejecutados con rigor, respeto, seriedad, arte y entrega. Cada vez que como pan idénticamente malo hecho en la mayoría de las panaderías de hoy día, cada vez que en vano busco y no encuentro quien sustituya a Saso, aunque sea en las cosas más pequeñas, cada vez que salimos decepcionados al no encontrar ya buenos lugares donde comer empanadillas hechas con esmero* y buenos productos pienso en todo lo que hemos perdido en nuestra cotidianidad.


En la comedia estadounidense Frasier aparece un personaje al que nunca se le ha visto: Maris, la esposa de uno de los hermanos siquiatras. Es una presencia y tiene caracterización, pero jamás la vemos. En una de las mejores escenas, Frasier, su cuñado, “habla” con ella que supuestamente está metida en una cápsula de baño sauna. Frasier le habla, ella no contesta, pero todos estamos seguros de que está allí. Habría sido un error garrafal de los guionistas haberla presentado físicamente. Jamás cedieron a la tentación. Así las cosas, mi nuera Mariena bautizó a Saso como el semidiós, entre otras cosas porque en 14 años que lleva en nuestra familia jamás ha podido conocerlo. Pero como dice la Biblia, por sus obras lo conoce. Nunca lo ha visto pero sabe cómo ha sido su presencia en nuestras vidas. Mi tío Saso, nuestra leyenda familiar.


Todas las maravillas que Saso me ha cumplido son el regalo de una vida de trabajo decente, arduo; una vida en la que el arte se derrama con espontaneidad, con soltura y con gracia. Tendríamos que educar a mucha gente con talento de esa manera, tendríamos que dejar de conformarnos con menos, tendríamos que rescatar oficios, destrezas y habilidades. Tendríamos que dignificar con buenos salarios y aprecio, contando historias como éstas, mostrando a todxs lo que las manos talentosas logran producir.


No, un handyman, como ven no es una persona que sabe cortar grama o pintar casas. Un handyman en nuestra Isla fue mucho, mucho más que eso. Cortar la grama y pintar también son oficios necesarios, pero ya lo dijo aquél: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.”



*No tengo manera de probar esto, porque veo en las redes todo el tiempo personas recomendando lugares donde comer empanadillas ricas, que cuando voy, no son tales. Hablo de mi zona suroeste. No tengo manera de probar que hasta hace algunos años las empanadillas que se comían en esta parte de la Isla eran divinas, con buena sazón, con carne buena, guisadas con buena mano con gusto a casa. Hoy día si me quiero comer unas empanadillas así tengo que hacerlas. He probado toda clase de empanadillas con camarones vuelta y vuelta con sabor a hervidos, carne de res como pelotas de grasa amogolladas, chapines resecos y tristes. Y la pandemia ha dejado hasta los mejorcitos lugares que quedaban en absoluta imposibilidad de patrocinarlos.

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