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De las octavas y octavitas folclóricas de Reyes

Actualizado: 3 mar 2021

Como le expliqué a Isha V. Rodríguez González en la conversación que tuvimos en el programa Para servirte, mi intención es abrir este espacio de Proyecto Ekundayo para colaboraciones sobre temas relacionados con el folclor. Celebro iniciar ese plan con la participación de un querido amigo y colega de la UPR en Mayagüez, el doctor Roberto Fernández Valledor, quien ha escrito un breve comentario sobre la fiesta de Reyes, específicamente sobre las Octavas y octavitas. ¡Disfrútenlo! (Julia Cristina)


Bajan los Reyes de Oriente

de Belén hacia el portal

para poder adorar

al Niño más elocuente.

Aquí los tienen presentes

si los quieren venerar.

Saludemos a los pastores

y a la Corte celestial

y a María concebida

sin pecado original.


Anónimo popular, Moca


La fiesta de Reyes -Epifanía antecedida por la Navidad, esperada en el Velorio y proseguida en las Octavas hasta la candelaria- era una celebración de arraigo […] generalizado [...]

Ramón López


En el santoral folclórico puertorriqueño, los Reyes Magos ocupan un lugar muy privilegiado, al punto que es la devoción religiosa más identificada con la identidad nacional. Según indica Ramón López, quien ha estudiado esta realidad: “[…] los Reyes Magos eran una de las expresiones más unificadoras de la pluralidad de identidades en que se recogía la memoria, vivencia y personalidad de nuestra gente”. Por esta razón, nuestros artesanos los presentan asociados con nuestra música, con los símbolos patrios, con nuestra geografía…, en fin, con aquellos elementos que muestren la idiosincrasia puertorriqueña.

Una talla gigante de la Virgen con el Niño en brazos y los Tres Reyes Magos al frente
Foto de Raúl J. Feliciano Ortiz - Viejo San Juan 2016

La celebración de su festividad no se limita a la víspera, la vela de los Reyes, ni a su día, 6 de enero, sino que se extiende hasta la octava y se alarga en las octavitas. Y aunque la Iglesia haya suspendido la Octava de Epifanía, desde la década del 50 en el siglo pasado, el pueblo aún la conserva.


Entre las acepciones que el Diccionario recoge sobre el vocablo “octava”, me interesa destacar las tres primeras: “Espacio de ocho días, durante los cuales celebra la Iglesia una fiesta solemne o hace conmemoración del objeto de ella. Último de los ocho días. Librito que contiene el rezo de una octava, como la de Pentecostés, Epifanía, etcétera”. Manuel Álvarez Nazario recoge del lenguaje campesino el verbo reyar, que significa participar en la trulla de Reyes, además, el vocablo reyador, para designar al que participa en dicha trulla. Asociadas a esta festividad, incorpora los términos octava y octavita, que los define: “[…] cuando los campesinos prolongan aún más la Epifanía”.


La octava, por consiguiente, es una forma de celebrar una solemnidad litúrgica durante ocho días como si fuera un solo día de fiesta. Algunos la han definido como un largo domingo. Esta práctica no era nueva con el cristianismo, ya que el pueblo de Israel celebraba durante ocho días sus grandes fiestas: La Pascua, los Ázimos y la Fiesta de las Tiendas (cf. Levítico 23, 4-44).


Al principio, las fiestas cristianas no tenían octavas. Los historiadores indican que las mismas se iniciaron en el siglo IV con Constantino. Las primeras eran tres: en la Iglesia de rito latino, Pascua y Pentecostés; en la de rito oriental, la Epifanía. Debo aclarar que, en la iglesia oriental, esta festividad se asocia con el bautismo de Jesús. A partir de entonces, las octavas comienzan a proliferar en las festividades de Jesús y de la Virgen. Y desde el siglo VII se incorporan algunos santos en este tipo de fiestas.


El vocablo epifanía viene del griego, έπφάνεια, que significa manifestación. En el oficio litúrgico de ese día se alude a tres manifestaciones de Cristo: a los Magos que se muestran a los gentiles, al Bautismo, donde se proclama su filiación divina, y a las bodas de Caná, en la cual se revela su poder a los discípulos y el primero de sus milagros. La Iglesia Latina celebraba desde muy antiguo la fiesta del 6 de enero como la Adoración de los Magos, mientras la Oriental celebraba ese día el bautismo del Señor y las bodas de Caná, porque consideraba que era la verdadera epifanía de Cristo, ya que después de la adoración de los Magos, Jesús se oculta. La Iglesia, pues, recuerda el 6 de enero estas tres manifestaciones, según se desprende de la antífona de las Víspera en dicha fiesta: Veneremos en este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los Magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos. Aleluya.


Parece que las octavas siguieron introduciéndose, porque en el año 1568 el papa Pío V redujo su número. A principio del siglo XX, con los papas León XIII y Pío X se regulan, estableciendo tres distinciones en las octavas: las privilegiadas, las comunes y las simples. A su vez, las privilegiadas se subdividieron en tres órdenes. La Epifanía y el Corpus Christi estaban en las privilegiadas de segundo orden.


Con la reforma litúrgica del papa Pío XII, el 23 de marzo de 1955, se eliminan todas las octavas, incluso las de los calendarios diocesanos, menos Navidad, Pascua y Pentecostés. Años más tarde, con la reforma del Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI, en 1969, elimina la octava de Pentecostés. En la actualidad sólo perviven dos octavas, las de Navidad y Pascua.


Existen numerosos documentos que describen estas antiguas celebraciones litúrgicas. El testimonio de la culta abadesa hispano-romana, Egeria, detalla la celebración de la Epifanía en Jerusalén. Ella va describiendo, tanto la geografía como las celebraciones litúrgicas, en el libro que escribió sobre su peregrinación a los Santos Lugares, la cual duró desde el año 381 al 384. Manuel Domínguez Merino, quien traduce y comenta el texto, en una amplia nota sintetiza la ceremonia que describe la abadesa:

El Occidente recibió del Oriente la fiesta de la Epifanía, con que se cierra el ciclo de Navidad. En Jerusalén y otras iglesias de oriente la fiesta de la Natividad del Señor se celebraba el 6 de enero, hacia las cuatro de la tarde. Más tarde pasó a conmemorarse el 25 de diciembre como en occidente. Por detalles puntuales vemos que Egeria se encontraba presente, desde el día anterior, desde el 4 de enero hasta los ocho días posteriores (año 382). Se empezaba cantando el salmo 122, El Señor es mi pastor, seguía el aleluya: Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como un rebaño, y se proclamaba el Evangelio de San Lucas (2, 8-20). Al Evangelio seguían once lecturas del Antiguo Testamento, en que los fieles contemplaban el Plan de Salvación. Luego se pasaba a la celebración de la Eucaristía cantando el cántico de Daniel (3, 52a-90), se leía el evangelio de San Mateo (2, 1-12), con el que se recordaba la peregrinación de los Magos venidos de oriente. Al día siguiente, fiesta de la Epifanía, la comunidad de Jerusalén leía durante la eucaristía el evangelio de San Mateo (1, 18-25), que narra cómo sucedió el nacimiento de Emmanuel, Dios con nosotros.

Durante todo el octavario el obispo permanecía en Jerusalén, ya que presidía los rezos y la misa, que se celebraba cada día en una iglesia distinta: los tres primeros, en la Iglesia del Gólgota, el cuarto en la del Monte de los Olivos, el quinto en el Lázaro, el sexto en Sion, el séptimo en la de la Resurrección y el octavo en la de la Cruz. Explica la abadesa Egeria: “En solemnidades tan grandes y con la alegría propia de esas fechas, infinidad de gente acude a Jerusalén de todas partes, no sólo los monjes, sino también los laicos, tanto hombres como mujeres”. Es muy importante resaltar que desde sus orígenes estas celebraciones giraban en torno a la Eucaristía y lecturas bíblicas.


Los textos eucologios, los grabados y pinturas, así como la arquitectura, entre otras artes, manifiestan la devoción a estos Magos de Oriente. Sus nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen por vez primera en el famoso mosaico del siglo VI en la basílica de San Apolinar el Nuevo, en Rávena, Italia.


La festividad de los Santos Reyes nos llega de España, donde el pueblo los veneraba con gran devoción. Aparte de otras fuentes, la literatura española nos ha dejado dos testimonios populares de este hecho. El fragmento del Auto de los Reyes Magos, del siglo XII, y el poema El Libro de los tres Reyes de Oriente, del siglo XIII. El primero constituye la primera obra de teatro que se conozca en las letras españolas y es una muestra de las representaciones dramáticas que se hacían en el interior de las iglesias. El otro está escrito en castellano con rasgos del aragonés, en pareados irregulares, muy cerca de la tradición popular de la poesía hagiográfica y narra la infancia de Jesús y la adoración de los Magos.


En sus Memorias (XLVII). Alejandro Tapia y Rivera describe las trullas de Reyes que realizaban las diferentes clases sociales. Unos a caballo y otros a pie, pero en todas ellas con algarabías y bailes. No obstante, las critica porque se extendían demasiado con las octavas y las octavitas:

Esta costumbre [de las trullas de Reyes], que como antes dije. No ha muerto del todo en los campos, ofrece, sin embargo, un mal que deben lamentar todos los que censuran la vagancia, y los que amamos la educación de las clases artesanas y proletaria por el amor al trabajo, pues abarca aquélla toda una quincena, o más, entre octavas y octavitas que pasan los campesinos entre ir y venir y no trabajar, pidiendo aguinaldos.

En su obra, Costumbres y tradiciones, 1883, Manuel Fernández Juncos es más severo con esto. En respuesta a una circular del gobierno del año 1878, sobre la santificación de las fiestas, describe el carácter festivo de los puertorriqueños y afirma que “Puerto Rico es el país de las fiestas”. Según él: “Pocos almanaques habrá que señalen tantas festividades como el nuestro, y pocos pueblos que dediquen tantos días al año a las conmemoraciones religiosas”. Describe minuciosamente todas las fiestas que se celebraban cada mes. Sobre las Navidades indica que terminaban con el carnaval, tres días antes de Semana Santa. Añade que: “[…] hemos inventado pretextos para seguir fiestando […]” Para exagerar aún más su afirmación, indica que en la Isla hasta se celebran los aniversarios de las tormentas y terremotos.


Sobre el día de Reyes expone: “Así, después de la Epifanía o fiesta de Reyes celebramos, la octava, la re-octava, la octavita, y la re-octavita. &.ª hasta llegar a las de carnestolendas. Si esto no es celebrar bien las fiestas, venga y dígale aquel religioso alcalde de San Germán, que publicó en meses pasados un edicto señalando treinta y seis días para la celebración de la Navidad”. Concluye con la siguiente idea: “[…] creo que nos falta ya muy poco para que hagamos una fiesta de todo el año […]”


María Teresa Babín, por su parte, se lamenta que estas festividades, en su tiempo, carecían del lustre que antes poseían: “Entre las tradiciones del país ninguna ocupa un lugar más importante que las Navidades. El día de Reyes y los consecutivos hasta las Octavas de Belén, tenían en el pasado mucho más esplendor que en el presente”. Virgilio Dávila, por su parte, en el poema “Elegía de Reyes” se lamenta de lo mismo.


Posiblemente, estas festividades no tengan el esplendor que antes tenían, pero son una muestra de que, en un gran número de creyentes, pervive la esperanza de que se alcanzará el milagro anhelado que resolverá sus necesidades, tanto espirituales como materiales. Desde el humilde hasta el portentoso acuden a ellos. Podría tildarse de que es una forma de fiestar comiendo, bebiendo y cantando. Sin embargo, además de la confraternidad social que se vive en estas fiestas, que el pueblo devoto prolonga como una forma de hacerla presente por más de quince días, nacen de la fe y la devoción a estos tres legendarios Santos Reyes de Oriente, canonizados por el fervor del pueblo, para que ellos intercedan ante el Niño Dios, a fin de que éste le alcance las gracias que piden.

 

Roberto Fernández Valledor nació en Las Tunas, Cuba. Reside en Puerto Rico desde el año 1961; es hijo adoptivo de Aguadilla y de Moca.


Enseñó por muchos años en el Colegio San José de Río Piedras y el Colegio San Carlos de Aguadilla. También enseñó en el Colegio Regional de la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla y en el Centro de la Universidad Católica de Aguadilla. Es catedrático retirado del Recinto Universitario de Mayagüez y académico de número de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico.


Entre los libros que ha publicado están:


El mito de Cofresí en la narrativa antillana

El pirata Cofresí mitificado por la tradición oral puertorriqueña

Roberto Cofresí, ¿pirata o conspirador? (drama)

Del refranero puertorriqueño en el contexto hispánico y antillano

Identidad nacional y sociedad en la ensayística cubana y puertorriqueña

Islas abrazadas, sociedad y literatura en las Antillas hispánicas

Cuba en su literatura

Reflexiones sobre el ser cristiano

Temas de historiografía puertorriqueña

En torno a nuestra fe y nuestra cultura

Historia de la parroquia Nuestra Señora de la Monserrate de Moca, Puerto Rico

Verdades y vivencias, reflexiones sobre nuestra fe

Alejandro Tapia y Rivera, sus ideas y la sociedad de entonces

Enrique A. Laguerre, nuestro novelista nacional


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